Cinco cosas sobre ciclismo, seis.

Adaptación de artículo publicado en birulaplanet.com en febrero de 2017, texto original.

Tal vez porque el año comenzó, porque querías bajar de peso, porque alguien te invitó, porque tu salud te avisó, porque alguien te gustó o tal vez ya se te olvidó… La razón que sea que comenzaste en ‘los ciclismos recreativos’ —feriados y fines de semana— un día reflexionas y sobre situaciones que nadie te advirtió, así que: estas son las cinco cosas que [casi seguro] nadie te dijo cuando comenzabas en el ciclismo recreativo —son seis—.

5. Todo aprieta.
La ropa de ciclista es ajustada; se ciñe por todos lados sin dañar nada, comprime en las piernas, se entalla en abdomen, se expande en los glúteos y sí, también se ajusta ahí donde te platiqué; de hecho el traje de ciclista te aplasta tanto las pelotas que después de cuatro horas de pedalear casi desaparecen. Nada de qué preocuparse, todo vuelve a normal cuando te hidratas, te alimentas, te aseas y descansas —enjoy—. A algunos les causa presión mental la idea de usar shorts de lycra (a mi me sucedió; ya está superado); no temas el atuendo, es así por eficiente y funcional, cuando lo pruebes lo vas a comprender. Si pedaleas en invierno aprieta el frío, en verano aprieta el calor. Si pedaleas en solitario aprieta el viento en contra y extrañas el viento a favor. Si vas en pelotón aprieta el paso el ciclista puntero y tú no te quieres quedar y si es evento o carrera aprieta el paso el que viene detrás para adelantar. Y aprietas tú tu ritmo de pedalear en los últimos metros antes de llegar a la meta. ¡Ajusta casco y zapatillas, nos vamos a rodar!

4. Todo duele.
Cuando pasas de sedentario a ciclista principiante, aclararte es mi deber, todo te va a doler. ¡Toddo, dije! ¿No pensarías que tan fácil la ibas a tener? Te dolerá el trasero por la compresión de los isquiones con el sillín; es típico sentir malestar por unas horas después de entrenar durante las primeras semanas. Te dolerán las piernas después de pedalear. Al principio serán un dolor que casi te va a incapacitar y una sensación de ardor infernal que estarán contigo durante días, no querrás ni moverte; conforme sigas entrenando este dolor irá desvaneciendo de días a horas a nada. Aprenderás palabras como ‘ácido láctico’ —demostración presencial de los efectos fisiológicos incluida—. Vas a sentir calambres: eso duele mucho, en serio. Aprende a conocer las señales y los remedios. Te vas a caer: garantizado. El ciclismo es ya de por sí un poquitín peligrosillo; no hagas tonterias que nos pongan en riesgo —a ti, a mi y a los demás—. Después de una caída levántate, asegúrate de estar bien y continua si y solo si es seguro. Te vas a rozar, o tal vez no. Si notas fricción, irritación o rozadura en alguna parte, sé diligente en prevenir y remediar; más vale lubricar que suturar. Un poco de incomodidad en cuello, espalda, hombros y muñecas puede ser normal durante las primeras sesiones pero también puede ser señal de mala postura o lesión. Siempre atento a los avisos de tu cuerpo; no es igual el dolor de fatiga que el de herida. Siempre consulte con un profesional de la salud.

3. Todo es bicicleta.
Es casi como enamorarse; hablas de ciclismo, ciclistas y bicicletas con todo mundo hasta el punto que te miran con ojos de «¿y este qué?». Te vuelves medio experto en bicicletas, componentes, accesorios, mecánica, carreras, competencias… bueno, hasta repasas la historia del ciclismo. Te conviertes en perito en administración de tiempo, adaptas tus horarios para entrenar y acomodas tu agenda al rededor de los eventos. También agregas recordatorios al calendario, ¡uy sí, no se te vayan a olvidar! Hasta cuentas las horas para estar con ella. Buscas eventos dónde participar, o carreras qué observar. Aprendes a ser diligente con tus finanzas: ahorras para comprar otra bicicleta —sí, otra ¿qué de malo tiene?—, accesorios y equipamiento. Te alejas de los excesos de alcohol, comida chatarra y desveladas porque «me baja el ritmo en la bici». Aunque eso solo aplica antes del evento; cruzando la meta la historia es otra: «más cheve y más tacos». Si hasta nombre le pusiste a la bici. Llegados a este punto es seguro que la fiebre te contagió sin remedio. Felicidades y bienvenido.

2. Todo cambia.
Los amigos —en realidad los buenos amigos no cambian ni los cambias por otros— solo agregas más. Tu salud y estado físico son mejores que antes de empezar en esto de ‘los ciclismos’, ya no jadeas moribundo, bajaste un par de kilos y la presión arterial y el colesterol; sin darte cuenta tu cerebro ha desarrollado una gran habilidad para mantener el equilibrio y hasta piensas con más claridad. Tus pláticas son diferentes, ahora además hablas del futuro y de los nuevas metas que deseas conquistar. Tus piernas nunca volverán a ser las mismas, se están formando y torneando, eso te agrada, hasta parecen atraer algunas miradillas —ya, bájale, tampoco exageres, sí están mejor que antes pero no es para tanto, tú sigue entrenando, ‘bamos vien’—. Cambias tú, sea que tengas un mes o un año rodando —asúmelo, ya no eres el mismo— respiras mejor, caminas mejor, duermes mejor, te sientes mejor y luces mejor. Ahora disfrutas más, hasta buscas los puertos de montaña para ver el paisaje y la frase «100 kilómetros» te provoca una sonrisa. Tu forma de ver la vida ya es diferente —o tal vez no—, has conocido personas y lugares nuevos y te has conocido tú. Algunos miedos los dejaste atrás cuando no pudieron pedalear contigo.

1. Todo es posible.
Ahora sabes que con esfuerzo enfocado, constancia y disciplina puedes lograr lo que te propongas.*
Quieres tener una, dos, tres, catorce bicicletas: una de ruta, una cyclocross, una de montaña, una fat, una urbana, una tandem y una turismo. Tus deseos de querer llegar en primer lugar en cuanto evento y carrera participas no se han ido, tal vez nunca se vayan. Sueñas con participar en ‘Le Tour de France’ o con dar la vuelta al mundo. Queda claro que ambos son retos enormes también que son posibles y tal vez te digas a ti mismo «debí comenzar diez años antes». No podemos hacer nada para cambiar el pasado solo podemos aprender de él, en tanto que el futuro sea para descubrir tus capacidades, cultivar tus talentos y retar tus límites. Aunque no ganes ‘Le Tour’ definitivamente ya no eres igual, te has superado a ti mismo. ¿Y sabes qué? ¡Ha valido la pena!

* Siempre que te propongas no quebrantar las leyes de la física, que no quieras lograrlo todo al mismo tiempo pues elegir un camino es renunciar a otro(s) y que dediques recursos objetivos, tangibles y mensurables a la materialización de tu propósito. Por supuesto aplican otras restricciones.

0. Todo cuesta.
Cuesta esfuerzo, tiempo y dinerillo. El ciclismo, aunque sea recreativo de fin de semana, te puede significar desembolsos de cientos de dólares —incluso miles— en bicicleta, equipo y accesorios. Algunos eventos son de paga y las cervezas al cruzar la meta no las regalan —a veces sí—. A fin de cuentas vale la pena, pues lo que inciertas en ejercicio te lo ahorras en doctores.

Si no se hace la machaca con ‘Le Tour’ nos queda la vuelta por el mundo. ¡Vámonos!

El botón del swap meet.

Durante uno de los varios días que trabajé en la panadería sucedió cierta secuencia de eventos que a la fecha su recuerdo hace a los protagonistas derramar líquidos a causa de las risotadas —lágrimas, principalmente—.

Por encargo de la compañía desarrollé en Microsoft Access —no me juzguen, era yo muy joven y alocado— un sistema computarizado de bases de datos para capturar registros de información en tiempo real, traducción: pues que no recuerdo qué demonios hacía la tal aplicación.

Ya te la ‘you know’: levantar requerimientos, diseñar interfaz, escribir código, conectar funciones, confeccionar manual, escribir más código, instalar aplicación, maravillarse porque el código [no] funciona —¿quién escribió esto? ah, fui yo—, entrenar usuarios. En fin, lo de siempre.

Tan pronto estuvo terminada y probada la app (todavía ni las llamábamos así) [FAST-FORWARD] >> … La primera parte del entrenamiento con la chica encargada del departamento de Safety transcurrió de forma más o menos típica:
— Dale Janeth, ‘you drive’.
Yo le dictaba la instrucción; en ‘espaniole’, en ‘inglesh’ o en ‘spanglish’; y ella ejecutaba la acción en su computadora.
— Que ‘dale doble clic al icon’, que ‘métele la password’, que ‘abre la form’, que ‘rellena los textbox’, que ‘select los items’, que ‘escribe el text en el description field’. Ahora sí, presiona el ‘next’. Otro ‘next’.
— Ok, ya nomás ‘clickea’ el botón de swapmeet y ya terminamos.
— ¡Pancho! ¿On’tá ese botón que no lo miro?
Swapmeet, ahí está, abajo a la derecha de la screen.
— Pues no lo miro.
— Ahí está, es una serpiente y te enseña la lengua.
— ¡Pancho! ¿Dón’tá el ‘botón del swapmeet’?
— No dice swapmeet, dice swapmeet (lo pronuncié igual, con mi acento inglés ranchero ruso de chicali).
— Ahh, ya lo miré: «submit» Pancho, «SUB-MIT».
Sudé frío —que bochorno y que sopor—, suspendí el entrenamiento —es que tiene un error la app, no me tardo nadita— a toda prisa me dirigí a mi oficina; cambié el texto del botón por una palabra que yo sí pudiera pronunciar de manera más o menos decente; re-compilé la aplicación y le llamé a su extensión.
— Listo, ahora sí, abre el programa, rellena los datos y presiona el botón que dice «PROCESS».
— ¡PANCHO! *largo silencio telefónico* HAHAHAHAHA…
— JAJAJAJAJA…
Desde ese día hasta hoy se escuchan las carcajadas en californiano retumbar las paredes de ciertas oficinas en la ciudad de Colton y seguramente no muy lejos ‘tamién’ alguien ejercita sus abdominales entre risas mientras que está llorando leyendo this blog.

Mini-lecciones para la vida:
Lánzate a hablar el segundo idioma que aprendiste en ‘la secu’; al principio seguro sonarás ‘del cocol’; tu acento y pronunciar dibujarán sonrisas en algunas personas que te escuchen; ciertamente sentirás calores(y colores) en el rostro aunque después ya no importará tanto; solo practica y ve refinando de poco a poco; antes que ‘soon’ comenzarás a sonar ‘cool’.
Reconcíliate rapidito con que no eres un ‘native speaker’, aunque con suficiente práctica podrías sonar como uno —o tal vez no, ni modo—; que tu vocabulario será limitado al principio y que tu acento latino te va a acompañar durante ‘añísimos’.
Recuerda que comienzas a ser ‘bilingual’ cuando hablas dos idiomas ‘los both medios broken’, cuando en una frase en un idioma insertas —como si nada— una ‘word’ del otro y ‘when’ te inventas ‘new’ palabras.
Ten presente que te encontrarás con términos difíciles de pronunciar como shrimp, algorithm, schedule, acknowledgment, submit(y swapmeet), vegetable, chocolate, ‘infraestruc-trox-trouchur-esa-madre’; también frases como: «for sale, no lease» o «does take it toes can free all it toes».
Por cierto, los dólares verdes americanous también vienen en inglés 😉 wink-wink.

El dog y la bike.

Aunque no logro ubicar con certeza el año en que esto ocurrió, tampoco es tan importante saber la fecha exacta, lo relevante es que una mañana mientras me dirigía al trabajo en bicicleta unos perros salieron al paso y me tiraron al suelo y que sucedió en enero de 2007 o en enero de 2008.

Hacía un par de meses que había comenzado a pedalear al trabajo dos o tres veces por semana. Recuerdo que era la primer mañana de ese año que debía reportarme a la oficina; salí temprano de casa, recorrí casi todo el camino sin contratiempo, mas al pasar por la calle frente a donde inicia el cerco de la panaderia —faltando unos 50 metros para llegar a mi destino— aparecieron entre los matorrales del lote vacante que está a espaldas de la fábrica tres perros ‘encarrerados’; imaginé que si pedaleaba más rápido podría yo dejarlos atrás y reírme de ellos luego, después de todo «las ruedas son más eficientes que las piernas»… —no sucedió—.

Aceleré el paso y los canes interpretaron que era una invitación a algun juego de caza, así que comenzaron a perseguirme, unos metros adelante el perro más grande se emparejó primero, se adelantó luego y se atravesó después.

—El tiempo aceleró rapidísimo—.

Miré la rueda tocar al perro —o al perro tocar la rueda—.

Sentí una sacudida.

Perdí el equilibrio.

Me dí cuenta que iba a caer.

Escuché al perro aullar.

—Luego el tiempo pareció ir lentísimo; tuve chance de pensar en el sentido de la vida, el universo y todo lo demás: 42—.

Pensé en pleno vuelo que mejor sería ponerme de pie ‘como de rayo’.

Pensé que si me quedaba tumbado los perros me atacarían.

Miré la calle mojada por la lluvia de la noche anterior; los charcos tenían el agua clara en el centro, el lodo acentado en el fondo y arena lavada en las orillas.

Miré lombrices aprovechando la humedad para trasladarse antes que el sol las deshidrate —¿será buen negocio cultivarlas para producir fertilizante orgánico?—.

Escuché el ruido de la bicicleta chocar contra el pavimento —¡CRASH! Así suenan los choques en California—.

Salté del suelo tan pronto como pude después de completar la caída: —«en guardia bellacos; os enviaré al mar, bacalaos» y otras frases piratas, volumen uno—.

Miré al perro rodar e incorporarse a toda prisa —¿habrá pensado lo mismo que yo?—.

Miré la improvisada jauría cruzar la calle corriendo y alejarse rumbo al campo de golf —tengan miedo, tengan mucho miedo—.

—El universo reanudó su tiempo normal—.

Observé a un lado y al otro; nadie me vio ni escuchó nada, aunque todo ocurrió prácticamente frente a la ventana de mi oficina —bueno, al menos el orgullo está a salvo; nada que sonrojar—.

Sacudí mis ropas.

Revisé mis manos y rodillas.

Inspeccioné la bicicleta.

Busqué mi celular —un flamante iPhone 4—.

Marqué —riiing—.

— Hola, sí, tuve un acciente, estoy bien, llego como en una hora…

Colgué.

Regresé a casa.

Revisé todo de nuevo: bicicleta abollada, zapatos maltratados, pantalon adherido a la piel de mi pierna con sangre seca, rodillas raspadas, pies adoloridos, manos enrojecidas, traía yo lodo y arena hasta en las orejas —literal—.

Tomé una ducha. Desinfecté mis heridas. Mudé mis ropas. Llegué una hora después a la oficina —esta vez ya mejor en automóvil, sí, más vale—.

Aprendí un par de cosas útiles: que los canes son más rápidos que los ciclistas principiantes y que el relato de ‘el dog y la bike’ hace felices a las personas —algunas hasta lloran entre risas—. 🤣🤣🤣

En bicicleta, día uno.

Adaptación de artículo publicado en noviembre de 2016, texto original.

En 2013 solía trabajar en la misma compañía, a la que llamaremos Hayden —porque así se llama—, que un amigo, al que llamaremos Luis Trujillo —porque así se llama—. Casi inmediato de conocerle Luis me cuenta que desde hace como cinco años es ciclista por las tardes y los fines de semana, que es el ‘presi’ del grupo con el que pedalea y derecho me invita a participar. Curioso, hago un par de preguntas; al escuchar sus respuestas me quedé ‘perplejo’ así que le dí cualquier pretexto para evitar asistir:
— No tengo bici.
– Yo te presto una.
– No tengo casco.
– En Walmart son baratos.
– No tengo condición.
– Iremos despacio.
La plática se replicó durante semanas y meses sin materializar la invitación ni la confesión: «¿Yo en short de lycra? ¡Ni ‘mais’!».

A principios de 2015 después de varios cambios inesperados aparecen síntomas de no-salud. Me hago revisar por un médico y me dice:
– Te vas a morir.
– Doctor, ‘do not meim’.
– Sí, algún día.
‘Do not meim’, doctor.
Ok, ok, no fue así; el médico no dijo eso, pero así lo interpreté; fue algo parecido a verme recibir cita del cielo y decirme a mi mismo «¡’Mimismo’, no vamos, nos quedamos!».

El lunes, de vuelta en la oficina acepté la invitación de Luis a pedalear; lo acordamos para el sábado 31 de enero de 2015 las 8:00 AM. Desempolvé un casco que tenía guardado —era pretexto, ¿recuerdan?— y me conseguí unos calzones con chamoy —así se llama el acolchado— de esos que van bajo la ropa —aún no estaba listo para vestir shorts de lycra— y esperé a que llegara el día.

El sábado por la mañana, llegué puntual a la cita, vestido con jeans, polo, tenis, casco y los chones acolchados bajo la ropa. Presentes se encontraban Ernesto, Rubén, Ángel y Luis, quien traía dos bicicletas, una era la que yo iba a usar.

El trayecto fue sobre la ciclo-vía desde el parque North Heritage en Fontana hasta Roy’s Cyclery en Upland. Sobra decir —pero lo diré— que sudé, jadeé y pujé pero llegué. De ida y vuelta fueron casi 7000 millas —ok no pues, fueron 18 nada más—, el recorrido en bicicleta más largo de mi vida hasta entonces; no me lo creía.

Durante unos tres días no pude moverme sin sentir dolor en las piernas, en los hombros y espalda, también donde la ropa me rozó la piel y allá donde les platiqué —que no les he platicado pero que ya se la you know—. «¿Dónde está ese short de lycra?», pensé. Conseguí uno y en la segunda ‘raiteada’ lo vestí tímido con algo de sonrojo, pero eso es otra historia.

El ratón está muerto.

Allá por 1994, cuando transcurría el año del mismo nombre, mis padres compraron a crédito una computadora multimedia en una tienda de electrónicos en California —CompUSA se llamaba la hoy desaparecida tienda y Compaq era la hoy desaparecida marca—.

La citada maravilla, aka ‘La Chiquis’, era una gran torre blanca modelo Presario CDS 972 equipada con un potentísimo procesador Pentium a 75MHz, 8MB de memoria RAM —sí, ocho megabytes, nada de gigabytes todavía; eran los noventas—, un disco duro de 720MB —again, megabytes no gigabytes—, una unidad para CDs y un drive para discos flexibles, un modem de ‘catorce-cuatrocientos’, un monitor de quince pulgadas con dos bocinas que asemejaban orejitas, un micrófono con cable, un teclado y un ratón de bolita; venía programada con sistema operativo Windows, enciclopedia Encarta, aplicaciones para reproducir sonidos sintetizados tipo MIDI, música en formato MP3 y archivos de video AVI y MPEG; ademas podías jugar videojuegos como DOOM o Carmageddon, —eran buenos tiempos—. El conjunto lo completaba una impresora de inyección de tinta a colores marca ‘ache-pé’.

A los pocos días ya era cuasi-experto en manejo del mouse, en reproducción de sonidos grabados, en buscar información en la Encarta y en dibujar rayas en el Paint. En un par de semanas comencé a dominar el editor de texto y el procesador de palabras; ‘in no time’ ya no entregaba mis tareas ‘a mano’, ni ‘a maquina’ sino ‘en computadora’; —acá entre nos, pasaron un par de meses antes que descubriera el copy-and-paste—, las investigaciones eran multi-facilitadas y super-simplificadas por la enciclopedia en CD: abría, buscaba, leía, transcribía ‘a ojo y a mano’, formateaba, re-leía e imprimía —era algo bueno y era algo hermoso— hasta que alguien mencionó «no tiene chiste, seleccionas, copias y pegas» —sin entender lo supe; me cayó el veinte: ultra-face-palm—.

Cuando el manejo de los programas se convirtió en ‘pan comido’ comencé a observar dentro de la torre primero y a curiosear al rededor después: había lucecitas y muchos cables y cuadritos y pequeños cilindros y piezas de metal y ventiladores y cositas de colores, algunas hasta se podían desconectar -y las desconecté—, con riesgo de re-conectarlas mal —las re-conecté mal—, y que pudieran quemarse, —pues lo quemé; el mouse dejó de responder—. ¿Sería por invertir los cables verde y morado? ¿Y ahora? ¿Cómo arreglo esto? ¿Donde están los manuales? Esos que nadie lee pero sí sigue sus instrucciones: 1.- Ignore este manual. 2.- Dese de topes. 3.- Regrese a buscar el manual. 4.- Ahora sí, lea el manual (¿no que no?).

En la sección de troubleshooting clarito decía: «órale compa, apréndale al keyboard»; durante un par de meses a fuerciori, usé la computadora sin ratón, leyendo y re-leyendo los manuales, practicando hasta que los movimientos sobre el teclado se volvieron más o menos fluidos. Esta es una lista de diez combinaciones de teclas que al día de hoy sigo utilizando, por supuesto existen muchas más, tal vez las encuentres útiles.

Combinación de teclasDescripción
F10Menú de programa
ALT-TABCambiar de ventana
ALT-F4Cerrar programa
CTRL+CCopiar
CTRL+XCortar
CTRL+VPegar
CTRL+ZDeshacer
ALT+ENTERVer propiedades
ALT+ESPACIOMenú de ventana
TABSiguiente elemento
Estas son solo diez combinaciones; existen muchas más.
Googlear ‘shortcut keys for windows’ para una lista más completa.

Supongamos que alguien conecta y desconecta cables hasta quemar el mouse… —no intentar esto en casa, ni en la oficina tampoco— mejor sería googlear ‘shortcut keys for windows’; seguro aprendería un par de trucos y sería más eficiente y productivo manejando una computadora. Recuerda que el teclado es tu amigo cuando el ratón está muerto.

Mi sueño más grande…

Es el que me agarra a mediodía, después de comer.

— ¿Qué? Ok, no pues.
A decir verdad pocas veces he padecido afamado e infame mal del puerco, also known as ‘sonmolencia postprandium’.
—¿Ya ves que sí suena grave? Como a que comes y te da sueño, cómo a que duermes y despiertas con hambre.

¿Y a qué cuento viene todo esto?
Pues a que hoy completo ‘veinte-y-tantos’ días que —a manera de experimento— comencé a despertarme temprano, por ahí de las cuatro treinta o cinco de la mañana; a veces hasta me he levantado a esa hora. Los primeros quince mil trecientos días han sido los más complicados pues sonaba el despertador y no lo escuchaba; se encendían las luces automáticamente y no las miraba; despertaba con un ojo y me volvía dormir con los dos; miraba el reloj, ‘parpadeaba tres segundos’ y pasaban dos horas; se agotaba la música temporizada antes de ponerme en pie; perdía el autobús de la ‘secu’ y de la ‘prepa’; llegaba inpuntual a citas en las primeras horas de la mañana —mi madre solía decir que nací dormido y que la enfermera tuvo que echarme agua para despertarme; por supuesto es sana carrilla nada más—.

En una ocasión, de hecho en varías, yo también me dije ‘voy a cambiar’, ‘el lunes comienzo’, ‘año nuevo, nuevo yo’, ‘lo decreto’ y toda clase de sinsentidos absurdos que uno suele pronunciar cuando no ha dormido bien. ¡Y pues no! No funcionó. ¿Qué esperaban?

Los hábitos que uno se programa, se auto-instala y ejecuta durante meses o años no desaparecen solo porque ya amaneció, ni porque es lunes, ni porque es primero de enero, ni tampoco por decretos imaginados.

Que para en la vida, en el mundo, en el amor y en todo triunfar, madrugar. Y que los millonarios se levantan a las cinco de la mañana, y que por eso les va tan bien; y que al que madruga le amanece más temprano; y que uno que madrugó se encontró dinero, y que más madrugó el otro que lo perdió; y que ya viene amaneciendo, el sol ya nos alumbra, levántate, no seas ingrata; compadre, vámonos ya compadre, ya se acabó la botella y no sale la mujer, vámonos, vámonos —¡Ah que caray!—. En resumidas cuentas, que es más complicado aplicarlo que decretarlo.

¿Que tal dormir temprano, descansar lo necesario, naturalmente despertar antes que el sol y repetir? Esto suena más sencillo de lograr —de hecho lo es— al principio, cuando no estás acostumbrado todavía, vas a la cama aunque no tienes sueño, cierras los ojos y finges dormir hasta que indefectiblemente —ah, no encontraba cómo utilizar esa palabreja— haces que suceda: zzz, zzz, zzz.

No puedo asegurar que no volveré a desvelarme mas puedo afirmar que los resultados del experimento me están agradando: me concentro mejor, mis días rinden más, no tengo ataques de hambre, [creo que] tomo mejores decisiones —al menos más ágiles—, en general estoy más atento y alerta, percibo completar mis tareas de forma más eficiente y comienzo a encontrar tiempo para cultivar mens e corpore.

Los hábitos —productivos, anti-productivos o contra-productivos— no ocurren de un día al siguiente; se instalan en uno al repetirlos sistemáticamente durante días y días.

Si quieres conquistar el mundo, duérmete temprano.

La casa de mis abuelos, primera parte.

Fragmento de artículo publicado en agosto de 2010, texto original.

La casa de mis abuelos paternos estaba ubicada en Tierra Generosa, Nayarit en un solar grande —como de 40 metros de frente por 60 de fondo—, delante de ella pasa la Carretera Panamericana en dirección norte-sur, justo frente a la propiedad había un enorme árbol que, seguramente cuando era apenas una planta pequeña alguien colocó una llanta de automóvil a su rededor para protegerlo o retener el agua de riego; el neumático entonces hacía las veces de anillo constrictor aprisionándolo pues el ahora tronco había crecido y lo elevaba a un medio metro del suelo. El frente del terreno estaba —está— resguardado por una barda de ladrillos y celosía.

En la esquina noreste se hallaba un pequeño jardín y varias macetas sobre la barda, hacia el sur una palmera a la que le había caído un rayo destrozándole la copa, dejándola chamuscada. Después de eso estaba un tramo de patio empedrado, más al sur todavía había —también en la parte de enfrente— varios arboles enormes de mango y arrayán, una fosa séptica, justo después de eso unos plataneros y la barda remataba cambiado de material a piedra. Ahí mismo estaban una pileta chica y un lavadero de cemento —en ese lugar pululaban sapos de kilo y medio; un espectáculo espeluznante(prima, gracias por refrescar ese recuerdo empolvado 😉 )—.

El agua del lavadero escurría por un tubo entre el cerco de piedra y cruzaba el camino que daba al patio trasero y por donde entraban los automóviles y la maquinaria; un poco más allá estaba un pequeño arroyo, por el que casi nunca corría agua, excepto cuando recién había llovido —bueno, y la que salía del lavadero pues—.

Detrás de la barda con las macetas y el mini-jardín estaba el cuarto de la televisión, el cual tenía una puerta exterior de lamina que llevaba al patio donde estaba la palmera chamuscada y otra que comunicaba a una habitación que donde estaba una cama, un ropero, una ventana que ‘miraba’ al norte y una maquina de coser; a su vez tenía una puerta por donde se entraba al comedor.

Posterior a la palmera quemada estaba el pasillo cubierto que se dirigía a la cocina —también mediante una puerta de metal—. La cocina consistía de pretil, estufa, refrigerador, fregadero, molino de mano, zarzo, repisas de concreto donde se guardaban trastes y tinajas de barro con agua de río pasada por un filtro de cantera rosa —muy rica sabía esa agua—, en el centro estaba una mesa-comedor de buen tamaño, como de 10 o 12 sillas. Detrás del área del patio empedrado, junto del pasillo estaba un pequeño cuarto de adobe, dentro de él se hallaba una cama, un ropero y varias repisas donde guardaban diversos objetos —recuerdo una colección de piedras que mi abuelo había recogido de diferentes lugares—, este es el cuarto de la casa que más curiosidad me causaba visitar; tenía una ventana con barrotes de hierro que miraba hacia donde se oculta el sol, una puerta al patio empedrado y otra más que lo comunicaba con el cuarto grande.

Detrás de la hilera de mangos había una construcción que cumplía funciones de baño con regadera y sanitarios. Frente de estos, un cuarto con puerta que contenía las diferentes herramientas de mecánico, carpintero, electricista, etcétera. En mitad el patio había un galpón, tejabán o ramada y, bajo de él un tractor viejo y cubetas de aceite, piezas de maquinaria agrícola —la mayoría en desuso—, en la esquina del galpón, un árbol de tamarindo y, en la misma dirección hacia el sur, una letrina.

Aun más atrás había otro tejabán, más amplio que el primero; en él habían varios equipos: una camioneta de redilas, un tractor verde y otro de color rojo, más latas de aceite, una camioneta amarilla, una rastra con discos y mil cosas más —hasta gallinas anidando recuerdo haber visto—, al costado sur estaba un tanque elevado que contenía combustible diésel, en la parte posterior del tejaban, a unos metros, había otra construcción de adobe que se usaba como granero y almacén; justo detrás de este se encontraba una pileta enorme que almacenaba varios metros cúbicos de agua y en la esquina sureste de la pileta estaba un arbusto seco —alguna vez lo habré soñado adornado como árbol de navidad—; aun más atrás estaban varios arboles de guamuchil y guaje. La propiedad terminaba en cerco de alambre de púas junto a un camino de tierra que muy poco se usaba y, tan solo un poco más allá comienza la pendiente del cerro y la densa vegetación

Detrás del patio empedrado —entre el pequeño cuarto de adobe y el cuarto de herramientas— estaba un cuarto enorme; el más nuevo de todos; estaba construido de ladrillos, cemento y laminas, tenía el piso cubierto con mosaicos verdes con blanco; ahí había una cama, un ropero, un par de sillas, un baúl; también recuerdo que había varios cuadros, una puerta daba al patio empedrado y otra más al cuarto de adobe…

¿Quién estoy? ¿Dónde soy?

Sin preámbulo, ¡vamos al grano!

Nací en Los Ángeles California un martes de junio del siglo pasado. Soy el mayor de tres hijos: Francisco, Hector y Omar; mi padre, Federico, es agricultor y comerciante retirado; mi madre, Irene, en otros tiempos comerciante y emprendedora, ahora se dedica a la jardinería, agricultura y crianza de gallinas. Apenas con un año de edad, mis padres me llevaron a vivir a Nayarit, donde estuvimos hasta 1988, fecha en que nos mudamos a Baja California.

Mis años de educación primaria se repartieron entre la Emiliano Zapata de Tierra Generosa, Acaponeta Nayarit y la Francisco González Bocanegra del Ejido Cucapah, Mexicali Baja California. Allá por 1990 participé en el «Viaje Cultural ’90» y hasta una fotografía nos tomamos con el entonces presidente de la república.

Cursé la secundaria de 1990 a 1993 en la escuela #14 Guelatao del Ejido Sonora, Mexicali Baja California. En esos años, recuerdo, comenzó mi afición-curiosidad por cosas de ciencia y tecnología; solía yo participar en cuanto evento relacionado se presentaba —’concursos científicos’ les llamábamos—. Buenos recuerdos y buenas amistades resultaron de tal actividad.

Mi preparatoria fue el COBACH plantel Ejido Nuevo León entre 1993 y 1996. La ‘recordación’ incluye más concursos científicos y otras actividades culturales, un par de viajes a ciudades mexicanas y una borrachera en la primera noche en que ‘ya podrían meterme al bote’.

Tengo formación académica como Ingeniero en Computación por la Universidad Autónoma de Baja California, Facultad de Ingeniería, generación XXIII, egresado en 2001 a la edad de 23 (¿Coincidencia? ¡Pues sí!). Durante el último año en la facultad conseguí un empleo en una maquiladora en Mexicali —vaya, paseada eh—, al finalizar mis estudios me empleé como instructor de informática en una escuela particular, después de un par de meses, tras la invitación y ayuda de un primo, comencé a trabajar como ayudante de plomero en Palm Springs California: laboraba de lunes a viernes y el fin de semana lo pasaba en Chicali.

Año y medio después regresé a vivir a tierras cachanillas. Con lo que había ahorrado como fontanero y con un préstamo emprendimos, dos compañeros de la ‘uni’ y yo, una tienda-taller de venta y reparación de computadoras en San Luis, Arizona.

En 2004 nuevamente regresé a EEUU, esta vez a Fontana California, a unos diez días de haber llegado, fui empleado por una agencia para trabajar en una panadería: estuve con esa compañía unos ocho años, desde que era un ‘family business’ hasta que la compró un corporativo nacional y luego una corporación global; comencé mezclando ingredientes para hacer pan, terminé administrando la red de la planta; formando parte del equipo de soporte tecnológico que daba servicio a varias fábricas de pasteles en nueve ciudades de Estados Unidos y Canadá.

En 2008 construí en Mexicali un invernadero con estanques para peces, planteros elevados para hortaliza y sistemas temporizados de ventilación y bombeo de agua. Estuvo en funcionamiento hasta 2010 cuando el terremoto de abril dio cuenta de él. Durante esos meses, recuerdo, encontré cuarenta formas de agobiar y torturar —no fue maldad sino ignorancia— peces y plantas, también produje [la que creo que fue] la sandía más costosa del universo y atestigüé una mata producir kilos y kilos de frutos; ‘el tomate loco’ le decía yo.

En 2009 comencé a aprender y experimentar con la fermentación; primero me hice con un kit para fabricar cerveza casera, resultado: volcán de líquido efervescente de olor simpático —»yo no me voy a beber esto»—, luego un cultivo de levadura ‘milagrosa’ tipo sourdough y por último una colonia de kefir la cual mantengo desde entonces.

Fue en el año 2012 cuando volví a Mexicali con la intención de establecerme y administrar el mini-mercado de la familia; descubrí que eso no era lo mío o que no estaba yo listo —no hay mucha diferencia—, para 2013 ya había yo regresado a California y conseguido colocarme como Especialista de Sistemas en una fábrica de radiadores. También desde 2013 ‘tengo lombrices’, o sea soy criador aficionado de gusanos rojos californianos —ni tanto; ya podrías llamarme ‘señor ganadero’— en transición a lombricultor profesional —el que cobra en dólares por los productos del ganado—.

Desde enero de 2015 soy ciclista los fines de semana, tengo un par de chicas —Socorro y Eleuteria, Coco y Ely pa los amigos—, recorrí la península en bicicleta, también mantengo un blog sobre ciclismo: bírula planet se llama y, según me han contado, está buenísimo ;).

En 2016 creí escuchar nuevamente el canto de las sirenas, otra vez presenté mi ‘two week notice’ y fui agente libre, emprendedor, consultor de tecnología, desarrollador de software, estudiante autodidacta y ‘ciclista más en serio’ durante unos 18 meses.

A finales de 2017 me reintegré a la vida corporativa como Ingeniero en Sistemas de Información en una tortillería y panadería. Magnolia Foods LLC, se llama la compañía: hacemos las mejores tortillas de paquete que puedes conseguir en las tiendas de cadena de California. El nixtamal para las tortillas amarillas de maíz lo hervimos en una olla gigantesca y luego lo molemos con una piedra descomunal, después realizamos una cocción ceremonial con leña bi-nacional sobre un comal de lamina de tambo de 200 litros y las volteamos a mano; traigo los dedos todos tatemados —OK no pues, esto último me lo acabo de inventar—. Hey Magnolia, patrocíname ;).

En 2019 tomé un curso de actualización en desarrollo de aplicaciones web; agradable sorpresa: muchas cosas ya cambiaron, evolucionaron y mejoraron desde que cursé yo la universidad; ahora hay varias pantallas en el salón de clase, cada quien porta su computadora, hay un instructor y dos asistentes en el aula, la distribución de las sillas es alrededor de mesas, el trabajo suele completarse en equipo, consultar libros e internet está permitido y el ambiente tiende a ser cooperativo, no competitivo. Ese mismo año descubrí los audio-libros y ¡re-contra-WOW! A la fecha he ‘audio-leído’ como 7000 ejemplares —aunque podrían ser unos 25 nada más—.

En 2020, durante los meses de pandemia he sido afortunado en mantenerme con buena salud y no parar de trabajar, tal parece que soy más esencial de lo que yo mismo creía(ultra-LOL). Aun con más ocupaciones que pre-covid he inventado el tiempo para montar bicicleta, estudiar, escuchar audio-libros, atender mi ganado y escribir este blog.

Hello world… again.

En los días de agosto 2007 inicié un blog sobre mis intereses, aficiones y proyectos, el cual solo quedó en el primer capítulo; de entonces a la fecha algunos aspectos han cambiado y otros continúan prácticamente igual.

Recapitulando:1. Aún me llama la atención la fermentación de cerveza; leí un par de libros y experimenté con resultados efervescentes (literal). En el camino descubrí otros productos fermentados como sourdough, kefir, kombucha, tibicos y sauerkraut, entre otros.

2. Durante un tiempo compré y vendí metales, principalmente lingotes y monedas de metal fino. En el proceso descubrí que me agrada más el color de la plata que el del oro.

3. La situación social, económica y política: parece ser una historia sin fin, en un ciclo que se repite así: sin fin.

4. Sigo a favor del software libre y utilizo varios proyectos en mi computadora personal, en micro-servidores tipo rpi y en la nube, también emprendí un micro-business online de sistemas operativos en USB.

5. Debo admitir que no he reciclado mucho que digamos.

6. Entonces me transportaba a la oficina en bicicleta pues la distancia lo permitía. Eso comenzó a cambiar la mañana que unos perros me tiraron de la bici (material para blog LOL). Hoy día me transporto en automóvil, mas soy ciclista los fines de semana.

7. Aún me agradan los gatos; tal vez un poco más que los perros.

8. Redes cooperativas. ¡Claro que sí!

9. Entre todos podemos mejorar nuestras comunidades.

10. La corrupción sigue siendo una gran área de oportunidad para nuestras organizaciones.

11. Soy un Homo sapiens que habita y vive en la aldea global.

12. Estaría genial llegar a Patagonia en bírula en 2022.

13. Conseguí más libros de los que he podido leer. En 2019 descubrí los audio-libros y ¡re-contra-WOW!

14. El calentamiento global es real: o nos ponemos las pilas o «the clown is going to lift us». Creo que en un futuro muy cercano podremos reforestar con drones y convertir desperdicios urbanos en fertilizante orgánico.

15. Construí un par de paneles solares(que no funcionaron, pero esa es otra historia LOL).

16. Ahora mis intereses incluyen, más no se limitan a: finanzas personales, impresión 3d, desarrollo de software, ciber-seguridad, vermicultura, ecommerce, ingresos pasivos, apicultura, tiny houses, maquinas de corte láser, inteligencia artificial, exploración… La lista sigue y sigue.

Sea este el re-lanzamiento de un blog que comencé una noche de agosto de 2007 y que ha estado en suspenso durante 13 años.

Bírula para viaje: ¡check!

Ammm, OK. ¡Veamos! dijo un mudo.La máquina de viaje no debe ser perfecta, debe ser buena, buenísima; marco de acero, ruedas reforzadas, parrillas, frenos de disco, dinamo, trasmisión automática —OK pues, eso último no—.

Tras días de navegar online e investigar online y buscar(sí, también online) encontré varias opciones de bírula para viajar.

Al final me decanté por una Surly Troll color verde moco, rodada veintiséis, marco de acero, frenos de disco, con extra anclajes para accesorios. Sigue conseguir un par de parrillas —delantera y trasera—, cuatro alforjas para equipaje, bolsas transportadoras de agua, espejo retrovisor(¿uno o dos?), dinamo y luces… Y una campanita de esas pa-hombre-que-viaja-bien-lejos’n no vayan a creer que de esas de bici-rosa-para-niña.

Más tarde vendrán la casa de acampar, la cocina portátil, una trasmisión tipo Rohloff, refacciones y repuestos, ropa y accesorios para desierto, montaña, playa, lluvia, viento e invasion extraterrestre —es broma—, un casco con mejor ventilación, sombrero de turista, lentes oscuros de ciclista malote, zapatos montaña, chanclas ciclistas, la lista sigue y sigue.

También está pendiente darle un nombre a la cicla y escribirle un review(suena más ‘trendy’) por ahí de las 1000 millas pedaleadas —Strava, ahí te encargo—.

So far, so good; ‘bamos vien’. Good night.