Nocturna Cerro Prieto (Segunda Parte).

… y fuimos pedaleando bajo el cielo estrellado hasta el pie del volcán, después de un breve intercambio decidimos ascender por la vereda que lleva al cráter: unos a pie, otros en bici y otros en auto…

Al llegar a la estación de antenas aguardaban los ciclistas del grupo puntero; nos tomamos las fotos del recuerdo, luego de descansar y platicar un rato, alguien —no recuerdo quien— propuso subir por el tramo pavimentado que nos separa del cráter y del dibujo escultura del Sayii, y así sucedió: ascendimos pedaleando por la pendiente de cemento hasta la cima. Ya en la cumbre, con esa sensación de victoria tomamos más fotos y conversamos animados; acordamos regresar pronto. Pasado un rato y recuperado el aliento emprendemos el descenso, unos pie en suelo sosteniendo la bici y los más osados, en ella montados. De regreso en la estación de antenas había un carruaje al lado del camino con su caja musical activada mientras sus ocupantes descansaban cómodos sobre muebles portátiles al lado de un cofre repleto de bebidas refrescantes.

Huele a humo —pensé— como a balatas quemadas… —Pero, ¿por qué?— cuando otro ciclista en descenso me pasó por el lado el aroma se intensificó —ah, son los frenos de las bicicletas, se calientan hasta quemarse en la bajada—.

Más adelante paramos para contemplar nuevamente el cielo y continuamos a paso más o menos lento mientras charlábamos. Distraídos por lo ameno de la conferencia no nos percatamos que tomamos un sendero diferente. Era un camino sumamente polvoriento, la tierra estaba tan suelta que parecía que pedaleábamos sobre talco; quedamos literalmente empanizados, tanto que Ofelia comenzó a toser y toser sin poder parar —soy asmática— dijo con dificultad mientras sorbía los vapores que emanan de su inhalador. Tras recuperar el aliento, literal, continuamos hasta la estación de policía donde algunos esperaban:
— Que se repita.
— ¿Pa cuando la próxima?
— Que sea pronto.
— Hasta luego.

Aventura nocturna: check.
Cielo estrellado: check.
En la mejor compañía: check.
Mañana es domingo recuperar fuerzas y descansa pues el lunes comienzo a trabajar en una tortillería; eso es otra historia.

Nocturna Cerro Prieto (Primera Parte).

Poco más de un año ha que sucedió la Pedaleada Nocturna Cerro Prieto (sábado 21 de octubre de 2017).
Coordenadas espacio-temporales: comandancia del ejido Michoacán de Ocampo, 6:00 pasado meridiano —puntuales, por supuesto—.
Una lista de papel atestigua que Jesús, Adrián, Emiliano, Andrea, Valeria, Tomás, Sergio, Abda, Ramón, Karla, Martín, Ofelia, Gabriel, Monica, Patricia, Omar, Alfredo y yo mero estuvimos ahí.
Mientras esperábamos el arribo del resto, Adrián, el más joven del grupo dice:
—Tengo una pregunta, ¿qué significa ‘bírula’?
— Es otra forma de decir ‘bicicleta’, así como baika, bici, bicla, burra, caballo, camella, chiva, cicla, cleta, nave o rila…

Como cuarenta y cinco minutos después, cuando el cielo ya arrebolaba principiamos a pedalear por la calle central rumbo al parque, «me encanta rodar cuando el sol se está poniendo pues la sombra proyecta en el suelo al ciclista esbelto y espigado que quiero ser». Una vez salimos del poblado pasó como pasa cuando sucede: el conjunto se elonga, se elonga, se elonga… y ocurre la saludable mitosis bicicletera. En el grupo puntero iban todos los demás; en la retaguardia a paso moderado, los más jóvenes —yo incluido— platicábamos acerca de la escuela, los profes y otras cosas de la vida. Pedaleando entre las parcelas pensé que nadie del pelotón puntero estaría certero del camino exacto hacia el volcán así que pregunté a Adrián si podía guiar al grupo hasta el puente y luego hacia la izquierda por la orilla del canal, a lo que él respondió seguro afirmativo. Me adelanté lo más rápido que mis piernas podían, al llegar al puente esperaba Gabriel con un pinche… digo, con un ponche… digo, con un pincho… bueno pues, con una avería en el neumático de su bicicleta.

Mientras intentábamos reparar el desperfecto el grupo joven nos alcanza, habían pasado apenas unos cinco minutos, —¡Vaya! no venía yo tan rápido después de todo—.
A la par que sucede el ritual desmontar-llanta-cambiar-tubo-montar-llanta-inflar-repetir escuché decir:
— ¡Emiliano, Emiliano!  ¿Ya viste?
— ¿Qué cosa?
— ¡Mira pa’ arriba, el cielo!
— ¡WOW, está todo lleno de estrellas!
Yo también volteé a ver por un momento y no pude evitar recordar algo que Xe Juan una vez me contó: «… durante mis años al frente del aula, allá por la época del temblor, mis alumnos narraron sobre las noches sin celular acampando en el patio de su casa mirando, maravillados, la vía láctea; ‘para algunos esa fue su primera vez escudriñando la bóveda celeste’… «.
La avería fue reparada con tubo nuevo: ¡listos, ya nos vamos!

Y sucedió que fuimos platicando pedaleando emocionados bajo ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, a orillas del canal, entre parcelas y perros que ladran a la noche, juntos hasta el pie del volcán. Luego de sostener un brevísimo debate tipo «no vinimos hasta aquí para llegar nada más hasta aquí…», todos ascendimos por la vereda que conduce hasta el cráter; algunos a pie, otros en bírula y otros en el carruaje que porta la caja musical, los muebles plegables y el cofre repleto de bebidas refrescantes.

Pedaleada Mexicali-Pacífico.

El pasado domingo se llevó a cabo la pedaleada entre amigos «Rodada Mexicali-Pacífico». A la cita ciclista en el estacionamiento de conocido ‘hiper mercado’ en bulevar Anáhuac, cerca de Villas del Rey, acudieron nueve ciclistas. La rodada comenzó a las siete de la mañana; rodaron por veredas, sobre el canal hasta la intersección con el libramiento Mexicali, las fotografías que tomaron atestiguan una buena experiencia canalera-bicicletera. Según comentaron en el grupo de WhatsApp, hubo un ciclista ponchado; nada de cuidado, todo seguro, parte del aprendizaje y otra anécdota para relatar a los nietos. El grupo regresó al punto de partida dos horas después, habiendo disfrutado de una rodada segura.

Muchas gracias a quienes asistieron y a Jesús Chiang quien organizó esta rodada.
Ya suman tres ciclistas-guía: Martín, Roberto y Jesús. Nos vemos en la próxima, #hazquesuceda.

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Pedaleada por el acueducto.

Como de esas veces que estás casual un tres de octubre y no tienes nada que hacer para el fin de semana y de repente te proponen ir a pedalear el domingo por una brecha del desierto hasta llegar a la planta de bombeo número cuatro y pos dices ‘pos vamos’…

… Acudimos al llamado Adrián, Carlos, Cesar, Cuauhtemoc, Fernando(yo), Gabriel, Jesús, José, Luis, Martín y Roberto. Nuevamente el punto de inicio de rodada fue el área de descanso que esta junto al retén militar al pie de La Rumorosa; nos recibió agitando la cola —true story— una perrita bicolor blanco-canela con placas de circulación ’50L0B1N0′ a la que, sin ninguna razón que lo justifique, llamaremos «Barrita». Saludamos, preparamos el equipo, tomamos unas instantáneas al amanecer y comenzamos a rodar faltando diez para las siete. Primeramente pedaleamos cuesta arriba dos kilómetros y medio por el acotamiento de la carretera federal número 2D hasta una pileta de agua; Cesar llegó primero, ahí esperamos a los que se habían retrasado, Barrita también llegaba entera después de haber esquivado los automóviles. Mientras recuperábamos el resuello Roberto preguntó si alguien quería conocer y pedalear a través del túnel, el consenso fue «sí, vamos». Con sumo cuidado cruzamos la carretera, luego descendimos unos treinta metros hasta un barranco/arroyo; uno a uno fuimos entrando al subterráneo, yo decidí pasar de último; ya adentro no necesitas pedalear pues al ser una alcantarilla para agua de lluvia el piso es ‘de bajadita’; después hubo que ascender cargando nuestras bicicletas al hombro hasta el nivel de la carretera cerca de la pileta; nuevamente tomamos fotos y continuamos, ahora descendiendo por una terracería bastante empinada y maltrecha, al fondo se miraba el valle repleto de vegetación —verde, el desierto es verde—, allá nos espera un sendero con subidas y bajadas, hileras de plantas con espinas que parecen custodiar los costados de la vía picando a quien se atreva acercarse de más y arenales que obligan a más de uno a apearse de la bírula.

Habiendo pedaleado seis kilómetros llegamos al camino de servicio de CEA, ahí nos separamos en dos grupos: Cesar y Martín viraron a la izquierda rumbo a la ‘bomba cuatro’, yo les seguí a unos cien metros, el resto se dirigió hacia la derecha; nos van a esperar «al pie de aquel cerro que se mira allá». Estimo que la cuesta que conduce a la planta cuatro medirá un kilómetro de largo con una ganancia de altura de cien metros, luego siguen unos dos kilómetros y medio de pequeñas lomas las cuales pasamos sin contratiempo. Frente a la barda que resguarda la construcción un par de fotos y «vuelta pa’tras, nos están esperando». A mitad del tramo de lomas encontramos a Gabriel decidido a conseguir su foto de ‘la cuatro’; me regresé para acompañarlo; Cesar y Martín continuaron, más adelante aguardaron por nosotros; descendimos rápidamente alcanzando los cincuenta y cinco kilómetros por hora. ¡WOW, lo mejor de subir es bajar!

En la marca de los dieciséis kilómetros ya nos esperaba el resto del grupo; Barrita estaba con ellos. Reanudamos nuestro recorrido sobre la brecha, paramos a la sombra de un árbol cerca de la carretera, donde nos reagrupamos, luego continuamos juntos hasta el punto de meta, al cual arribamos por ahí de las nueve y media. Esta ruta ha sido la más variada e interesante que he transitado hasta ahora: tuvo subidas, bajadas técnicas, escalada con bici al hombro, túnel, piedras sueltas, arenales, sendero, brecha, camino de tierra, permanente, pavimento, paisaje desértico, espinas que no perdonan y un fiel can que nos escoltó de principio a fin; neta que la próxima vez voy a adoptar uno de esos perros luchones-todo-terreno-guerrero-cuatro-por-cuatro que te siguen a todos lados. Agradecimiento especial a Roberto, que fue el guía de este paseo, te sacaste un diez.

Nos vemos en la próxima, #hazquesuceda.

PD: bitácora en strava: goo.gl/t6XppA

Hágase el descenso, 2017.

La mañana del paseo #11 (septiembre 17, 2017) transcurrió sin contratiempos, y con la buena nueva que el evento había rompido —ok, roto pues— récord de asistencia con un grupo de casi quince participantes. Esa noche me fui a dormir con la nota que una persona local había fallecido a consecuencia de haber ingerido una gaseosa. La mañana siguiente noté bastante actividad en el grupo de Whatsapp: preguntaban por detalles de lo ocurrido; investigué con amigos de poblados cercanos, conclusión: la persona que murió estaba reunida en Cerro Prieto con su familia, afortunadamente nadie de éste grupo resulto afectado. Desde Bírula Planet lamentamos esta triste pérdida, y deseamos pronta resignación a los familiares, que las autoridades tomen medidas preventivas para que no vuelva a ocurrir, que se deslinden responsabilidades y que se apliquen las sanciones correspondientes.

Pasado el trago amargo del seven envenenado, el entusiasmo por bajar La Rumorosa repuntó; nos organizamos para llevar nuestros automóviles y acordamos reunirnos en el área de descanso que está después del retén militar al pie de La Rumorosa. Y así sucedió…Fast-Forward hasta el día del evento: las notificaciones del grupo de Whats comenzaron a eso de las cuatro de la mañana; las chicas de San Luis avisaban que no vendrían; Omar confirmaba asistencia; Cesar, Jesús, Martín y Roberto venían en camino; Arturo iba saliendo de la ciudad; Gabriel también. A las cinco con cuarenta y cinco llegaba yo al punto de reunión; el área estaba prácticamente desierta: fuimos los primeros ciclistas en arribar.Saludé y me presenté:—¿Tú eres Fernando? ¿El que organiza y no va?—Pues sí, soy yo.

Acomodamos las bicicletas en la camioneta de Jesús, esperamos unos minutos más y pasados quince de las seis partimos con destino al punto de salida. A paso veloz ascendimos «la rumo»; tan veloz que las llantas chillaban en las curvas. Llegamos(léase: uff, que alivio), estacionamos, bajamos las bicis y demás equipo, nos tomamos unas fotos y pedaleamos hasta el paraje donde sería el banderazo. «Hey Fernando, allá está otro hijo tuyo que pregunta por ti», pues fui a saludar y a conocerlo.Eran veinte minutos después de las siete cuando se escucha que alguien vocea:—Aldo va a llegar a las ocho. ¿Nos vamos o lo esperamos?—Nooo, ya vámonos…—Aldo trae un dron que nos irá siguiendo.—Ahh bueeeno, así sí, hay que darle una oportunidad.

Avanzamos un poco más en el camino hasta pasar frente a un basurero —donde vimos varios perros hurgando entre los desperdicios—, y más adelante nos detuvimos para escuchar las indicaciones: los downhilleros arrancarían primero, luego los aguerridos montañeros, siguieron los moderados; Jesús, Martín, Roberto y yo íbamos en la parte trasera del grupo. Descendidos unos quinientos metros; Roberto nota problemas con sus frenos; nos detenemos, Arturo, Cesar, Gabriel y Omar nos adelantan, y un cachorro como de unos cuatro meses nos alcanza, «te llamarás Dron, porque nos vienes siguiendo» (awevow). Después de ajustar y lijar las pastas nos pusimos en marcha…— Rrrt, rrrt, rrrrrrt…— ¿Qué es ese ruido?Me detengo y ajusto la bolsa; venía rosando la llanta trasera.Seguimos avanzando, el ajuste no funcionó:—Jesus, ¿traes espacio en tu mochila?—Sí, echala.

Un par de curvas adelante vi a Roberto descendiendo a toda velocidad, parece que sus frenos funcionan de maravilla; en una recta, la primera baja del descenso: una bicicleta con la rueda trasera hecha nudo pues cayó en un hoyo, afortunadamente el ciclista se encuentra bien; le toca abandonar y ascender empujando la bírula. Continuamos bajando los cuatro juntos: Jesús, Martín, Roberto y yo; bueno, el perro también; parábamos a esperar a quien se retrasaba, a tomar fotos, a ajustar los frenos de Roberto(nunca quedaron bien) y a ayudar a otros ciclistas en apuros. Tirado al lado del sendero, alcanzamos a Jerry, de Tijuana, no traía pegamento para parches y sus tubos de repuesto estaban perforados. Intentamos ayudarle durante unos minutos, mas el pegamento no pegaba, el parche no parchaba y el tubo… pues no tubaba; le deseamos suerte, nos retiramos, Dron se quedó con él; más adelante estaban sus coequiperos con problemas al lado del camino; entregamos el recado: «allá arriba está Jerry ponchado»; más tarde nos alcanza —Dron lo acompaña—, solucionó su problema enrollando cinta adhesiva negra a la cámara —idea de negocio millonario—. Otro kilómetro descendido y otro ciclista varado. Adivinen… nos detuvimos, le socorrimos y nos retiramos. Faltando unos tres kilómetros para llegar a la meta, la bicicleta de Robert pierde aire, otros ciclistas paran a auxiliarnos y aprovechamos para inmortalizar el momento posando frente al lente de un celular para un retrato.

Más de dos horas después del arranque, cruzábamos juntos por la linea de meta Arturo, Jesús, Martín, Omar, Roberto, yo y otros ciclistas que habíamos alcanzado; abajo ya esperaban Cesar, Gabriel, Jesús Galicia, y todos los demás pues fuimos los últimos en llegar. El trayecto es una terracería zigzagueante; apenas transitable por vehículos todo-terreno; con pendientes pronunciadas, curvas cerradas, superficie de rodamiento irregular y escarpada, grava y piedras sueltas; el desfiladero está presente —ya por la izquierda, ya por la derecha— en los quince kilómetros de emoción producidos a fuerza de gravedad. Ciertamente no se requiere pedalear mucho pero lo agreste de la ruta obliga a usar constantemente piernas y brazos para controlar la bicicleta, los músculos trabajan y se agotan; nos merecemos una bebida bien heladísima. Creo que pudimos haber completado el recorrido en menos de una hora, sin embargo decidimos pedalear como equipo y detenernos a auxiliar a todo mundo —como buenos samaritanos—; la verdad es que super valió la pena por los [nuevos] amigos ciclistas que uno va encontrando en el camino. Por cierto, no recuerdo haber visto al perro llegar a la meta. ¿Sabe alguien qué fue de él?

Hágase El Descenso es un evento anual organizado por Omar Linares y Aldo Linares. Nos vemos en próximo año, #hazquesuceda.PD: bitácora en strava: goo.gl/UBjMkt

Paseos por el valle #11.

Después de guiar, la semana pasada el paseo #10 por el Cerro Centinela, Martín lo volvió a hacer: organizó y guió el paseo #11 en Cerro Prieto; con nota sobresaliente debo decir, muchas gracias a todos por coincidir y por hacer que suceda. Este domingo asistieron a la rodada un poco más de una docena de ciclistas, ascendieron a la cima del volcán donde avistaron el Sha-Yii; las fotografías que tomaron atestiguan una muy buena la subida «al cerrito» —sí está mega retador—; pedalearon hasta la carretera Mexicali-San Felipe y finalizaron su recorrido a ritmo intenso. Un gusto ver que el buen Gabriel Perez rueda con nosotros nuevamente y que nuestro amigo Jesús Galicia se encontró con el grupo.

Tal parece que al final, aprovechando que estaban en «El Michoacan», fueron a alimentar sus estómagos con deliciosas carnitas y a nutrir sus espíritus ciclistas organizando un descenso por La Rumorosa al cual estoy considerando seriamente asistir pues se antoja memorable la experiencia.

Martín, andas con todo; bieeen.
#hazquesuceda

Paseos por el valle #10.

Recién terminando recorrido de Paseos por el valle #9: Cerro Prieto, mientras degustábamos deliciosos burritos sanluisinos, Martín sugirió ir a pedalear al Cerro Centinela la semana siguiente —siento no poder asistir; si tú guías a los que asisten por primera vez, yo publico la invitación—, trato hecho. Y así ocurrió.

Domingo 5:50AM: mi teléfono sonó y me despertó; alguien ya se dirige al punto de reunión, en el grupo de whatsapp ya hay actividad también: «voy en camino»…»ya llegamos»… «preparando para iniciar»…

La ruta+ Partir de la Planta de Bombeo PB1 CESPM, Cerro El Centinela.+ Pedalear rodeando por El Centinela por el norte, pasando entre el cerro y la linea internacional .+ Llegar hasta la Planta de Bombeo PB2 CESPM.+ Regresar al punto de partida siguiendo el mismo recorrido en sentido contrario.

Al rededor de las 10:15, Roberto, Jesús y Martín regresaban al punto de salida finalizando el recorrido y comenzando a subir las fotos al grupo de whatsapp.Muchas gracias por coincidir, espero rodar con ustedes la próxima vez.

Paseos por el valle #9.

El Paseo

Arribando a diez minutos para la hora me entero que la llanta trasera de mi bicicleta está baja de presión. Martín ya espera y comienza a prepararse para el arranque mientras yo me dirijo a la gasolinera a inflar la llanta. Poco después llegaban Gabriela y Gabriel, mientras tanto las cuatro chicas de San Luis que van a pedalear con nosotros nos envían un mensaje, ya vienen en camino. Al llegar, el grupo queda así: Conny, Fernando, Gabriela, Gabriel, Grecia, Laura, Martín, Neidy. Después de un par de fotos y un «ahorita no, voy a mi trabajo» de un local que no quiso ser fotógrafo, vinieron las indicaciones de seguridad: «hay perros, cuidado, eso es todo».

Arrancamos a eso de las seis y media rumbo al volcán como habíamos acordado, buen clima y excelente ambiente. Ascendimos paso a paso —literal— hasta la cima y observamos el dibujo en piedra del Sha-Yii en el cráter; exhaustos pero satisfechos de haber logrado el ascenso; conversamos y bromeamos largo rato, nos tomamos varías fotos, también compartimos cacahuates y barritas. El descenso fue sin contratiempos y con más fotografías, al llegar a las compuertas, Gabriela y Gabriel decidieron regresar al parque; el resto continuamos el recorrido hasta la carretera Mexicali-San Felipe. Recuerdo que varios perros salieron a nuestro encuentro; especial mención para dos peligrosísimos chihuahuas que casi derriban a una de las chicas, cuando el segundo grupo pasó frente a los perritos, estos se miraron uno al otro como diciendo «ládrales tú, yo ya fui». A mediados de la ruta Grecia ajustó la altura del asiento y el dolor que sentía en la espalda aminoró un poco. Paramos varias veces, y mientras unos admiraban el paisaje y los animales de corral alguien más procuraba un matorral discreto donde ocultase por un momento, if you know what I mean 😉 . A paso lento-moderado llegamos a la meta donde continuamos conversando y bromeando. Mientras degustábamos deliciosos burritos que las chicas prepararon y trajeron desde San Luis, Martín sugirió que fuéramos a pedalear al Cerro Centinela el domingo próximo —siento no poder asistir; si tú guías a los que asisten por primera vez, yo publico la invitación—, trato hecho. Martín se marchó primero, las chicas después; nuevamente no hubo bebidas frías. Que bien nos estamos portando eh. 😉

Los Participantes

Laura es originaria de Ensenada, desde hace un lustro vive en San Luis; anda en bicicleta desde «hace muchos años»… Y se nota pues descendió parte de la cuesta del volcán ¡sin frenos, compa! Frenando con la suela del zapato. Me contó que cuando recién llegó a San Luis montaba una bicicleta tipo downhill… Y pues, ¿dónde?

Neidy nació en Guadalajara, vivió en Ensenada, ciudad de legendaria tradición ciclista. Ha montado bicicleta desde que recuerda. Hace unos pocos años se mudó a San Luis Río Colorado. Disfruta el ciclismo de montaña y ha organizado algunos eventos ciclistas.

Laura y Neidy son socias de un café-restaurante vegetariano en San Luis; habrá que ir a probar. Al momento de redacción de este artículo Café-tólogos no nos patrocina —Café-tólogos patrocinados, ¿no? 😉 —

Conny practica deportes desde temprana edad; también ciclismo al aire libre desde hace relativamente poco, y lo está disfrutando. Originaria de San Luis, alegre, sonriente y extrovertida.

Grecia ama el campo y los árboles; hace tiempo que no pedalea. Tal parece que la altura del asiento le viene causando malestar de espalda el día de hoy.

Martín es ciclista de montaña y urbano; todos los días se transporta en bicicleta de su casa a su trabajo, dónde es encargado de mantenimiento.

Gabriel, es el economista, banquero y gurú financiero del grupo; segunda vez que pedalea en el valle de Mexicali (y segunda vez con nosotros) se ve animado y sonriente: «el paseo está padrísimo».

Gabriela, asistente ejecutiva en transición; siempre con el ánimo en alto y la energía a todo: «SAHUAROOOS». Por momentos nos adelanta; parece que trae prisa por subir al volcán —bieeen—.

Fernando, yo, el que escribe este blog. 😉

Gracias por coincidir, nos vemos la próxima.

Paseos por el valle #8.

Después de rodar como el llanero —solitario— el mes pasado, nuevamente invité a todo mundo a pedalear por Cerro Prieto. Eran las 5:50 cuando pasé por el crucero Puebla – Michoacán, más adelante rebasé un automóvil con dos bicicletas en el rack. Llegué al parque del Michoacán faltando dos minutos para la hora; ahí esperaba Martín, cinco minutos después llegaban Gabriel y Gabriela en el automóvil que antes rebasé. Nos saludamos y presentamos, platicamos un momento y nos preparamos para arrancar.

Comenzamos a rodar a eso de las 6:15. A paso moderado fuimos; el viento ligero se sentía cálido y húmedo; el ambiente era de disfrute: «está muy padre» escuché a Gabriel decir varias veces. Mientras pedaleábamos, platicábamos. Gabriel trabaja en el área de finanzas, es de Guanajuato y recién llegó a Mexicali procedente Magdalena dónde vivió y conoció a Gabriela. Gabriela es de Guadalajara y conoce Mexicali desde hace años y ahora vive acá, comenzó a pedalear en Magdalena después de transitar por un proceso de vida intenso y apasionado: «PURO SAHUAROS, !WUUU!». Martín es encargado de mantenimiento en una compañía en Mexicali; todos los días se transporta en bicicleta de la casa al trabajo y de regreso —el tráfico es complicado en la ciudad—, expresa Martín.

Aunque aún era temprano por la mañana ya se sentía el calorcito y la humedad nos hacía sudar en serio, tan es así que faltando unos tres kilómetros para llegar al cerro paramos a tomar unas fotos y refrescarnos un poco. Tanto nos refrescamos que reconsideramos la idea original de ascender al volcán. El consenso fue finalizar el recorrido por hoy y volver la próxima semana para subir al cerro… De vuelta al ejido Michoacán después de una segura rodada, a eso de las 9:30, nos despedimos con la propuesta de conquistar la cima dentro de siete días y la promesa de unas bebidas bien frías.

Gracias Gabriela, Gabriel y Martín por coincidir, espero lo hayan disfrutado.

Paseos por el valle #7.

Unos tres o cuatro días antes del último domingo de julio —día de rodar— Juan, un buen amigo de la prepa, nos invitó a reunirnos en su casa; hacía bastante tiempo —años, décadas tal vez— que no habíamos coincidido Albania, Claudia, Gabriela, Isabel, Rosa María, Vianey, Juan y Fernando. Platicamos de todo y de nada; del pasado que compartimos, del presente que vive cada quien y del futuro en el que estamos trabajando. Brindamos con bebidas bien frías y degustamos deliciosos wraps de res a la parrilla —ok, tacos de asada pues: chomp, chomp, chomp—. Entre risas, selfies y retratos llega la media noche: me despido pues mañana tengo paseo con Karla.—¿Ya te vas? ¿Eres ciclista? ¿A poco tienes las piernas duras?—Sí a todas la anteriores… Un gusto compartir con ustedes. ¿Cuándo es la próxima reunión?

La mañana siguiente transcurrió como las mañanas de rodada suelen transcurrir; alarma a las cinco, bañarse y cambiarse, subir la bicicleta y el equipo al carro, y partir hasta el punto de reunión: Ejido Michoacán de Ocampo. Al llegar al parque no miré ningún otro ciclista; comencé a preparar el equipo, y los ciclistas no llegaban; armé la bicicleta, y nada; esperé quince minutos, y nadie más apareció. Okey, tal parece que somos todos los que vamos a rodar. Fue un recorrido típico: perros que salen a ladrar al ciclista en solitario que avanza por la margen derecha del Canal Pacífico hasta la carretera Mexicali-San Felipe, luego viene ascenso al volcán, un par de fotografías de cuando en cuando y finalizar sin mayor novedad en el punto de salida. Ya paseamos, ya nos vamos; nos vemos en agosto.

Mientras desarmaba la bírula y guardaba mi equipo en el auto, reflexioné: un mes de anticipación, se interesaron sesenta y sieteen facebook, confirmaron nueve, y asistieron… solamente uno —yo, el que escribe este blog—. Y recordé lo que Juan había dicho la noche de la reunión: «invitación a pocos días o a muchos días es lo mismo; el que viene viene y el que no no; si confirma o si no».